Por tenerte siempre como material para los sentires, héme aquí esta noche . No es mi intensión despertarte cada madrugada con voces indescifrables, pero no me lo puedo callar, y es caliente el hueco que irremediablemente añora tu vuelta, o más bien sirve para hacerme añorar. Me ha entrado un espantoso miedo a morir, huelo la muerte en todo lo efímero. Escúchame y ahuyéntalos.
Se ve tu sombra aguardando cerca de las promesas, pero el silencio no pierde oportunidad para meter gusanos en los oídos: la suavidad de la vida es finita y tan contable como todos los botones que se pudren luego de florecer; y ahora mismo me ha llegado ese hedor lejano pero preciso, de esperanzas deshechas, y me quedo callada y siento miedo. Algo se va acabar en mí: mi fortuna de tenerlo casi todo, o la realidad incrustada en mi cabeza de creer que soy feliz.
Por la boca del estómago entra la oscura vibración y paralizada reflexiono en el camino que de pronto se va torciendo con tan solo pensar en lo que hasta ayer había dejado de importarme, o que creía tener bajo control. Y por increíble que le parezca a la quietud, me veo caer en vertical desde el centro, como si los fracasos llevaran construyéndose ya buen tiempo a mis espaldas.
Si! Un giro a la estrategia!, moverle la jugada al destino, a la rutina que se aprende mis debilidades y me avienta al voladero cuando sabe que me suelto de la vida y quedo a expensas del recuerdo. Correr sin dejar de jugar con las primeras reglas, una cachetada a lo establecido, soltarme y dejarlo ir para que mi alma y mi intestino queden perplejos y luego vacíos de principio a fin y yo recupere la libertad del presente, ese que por suceder hoy, trae el milagro a cuestas.
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